sábado, 23 de febrero de 2008

EL BARRIO DEL TAMBOR

EL BARRIO DEL TAMBOR


En casi todas las ciudades del mundo encontramos zonas geográficas, de indefinida circunscripción y de una marcada pertenencia popular, áreas cuyo nombre nos suena en el oído desde que nacimos y que en muchos casos no sabemos si existen o existieron y obviamente, donde quedaban. Eran los barrios “escondidos”.

Salvo los memoriosos o los historiadores, que en ocasiones lo citan imprecisamente, nadie termina de dar datos definitivos sobre su existencia ya que tampoco figuraba en los planos o en los mapas, al igual que hoy las villas de emergencia no figuran en ningún plano, ocupando muchas veces campos en blanco sin ninguna inscripción que las identifique como tales.

Nuestra ciudad encierra en sus entrañas, el misterio de zonas que se perpetraron en la memoria colectiva, invisibilizandose a través de los años ya que su mención quedó solo conservada por la oralidad o por los recuerdos de algunos poetas que le dieron palabra al tango.

Tal era el caso del Barrio de las Ranas o de las Latas (Parque de los Patricios, también llamado los Corrales Viejos), Catedral al Sur y Catedral al Norte (parte de Montserrat y de San Nicolás o sea el Microcentro de hoy), el Alto de San Pedro (San Telmo), La Residencia (al costado de la Iglesia de San Telmo), los Corrales de Miserere (el Once), la Tierra del Fuego (Palermo, mas allá de la Penitenciaría de la calle Las Heras), La Convalecencia (al oeste de Constitución, atrás del Hospital Rawson), La Quema (Barracas y Patricios al Sur), Los Portones (en Palermo) y muchos otros que en ocasiones los recuerdan las letras de algunos tangos.

El Barrio del Tambor era uno de esos barrios “escondidos” que, sin quererlo, compartía el territorio de Montserrat y parte de San Telmo, y por supuesto, nos ocupa ya que su nombre se debe a que era la zona donde se agrupaban los negros que eran libertos, sus viviendas, sus Naciones, sus Sitios, sus historias.

No encontramos ningún plano donde figuren límites o zonas específicamente señaladas como el Barrio del Tambor (al menos hasta ahora, 2008), pero sí lo encontramos citado con ese nombre en varias publicaciones del Siglo XIX, donde lo ubican en un perímetro aproximado entre las calles Paseo Colón (al Este), Av. Independencia (al Sur), Av. Entre Ríos (al Oeste) y la calle Moreno (al Norte). Por supuesto que esta amplia zona que pertenece a Montserrat y a San Telmo no era exclusivamente un barrio de negros, sino que se la llamaba así porque en él, vivía gran cantidad de éstos junto con todo tipo de habitantes provenientes de todas partes y orígenes.


Área aproximada del Barrio del Tambor según interpretación del autor.

Plano Bianchi 1882


En ningún momento existió un “guetto” o algo similar. Simplemente que en sus calles vivían en estado de libertad, reunidos por origen, en algunos casos, o por familiaridad de parentesco en otros.

Es interesante conocer el punto de vista de Vicente Rossi: “La banda occidental del Plata fue un pandemonio de negros; poblaban en todos los rincones de Buenos Aires, siendo de su particular dominio unas veinte manzanas comprendidas en la jurisdicción de las parroquias de San Telmo, Concepción, Santa Lucía y Montserrat que formaban el famoso Barrio del Mondongo, haciendo marco al bajo del Riachuelo, la no menos famosa Boca, la Génova porteña, cuyos habitantes vivían en continuas escaramuzas con sus vecinos del Mondongo, por “odio al color”. En los barrios del Centro donde había aglomeración de “Naciones”, se los denominaba Barrios del Tambor”. (Cosas de Negros – 1926).

Y ya que lo dijo Rossi señalemos que Barrio del Mondongo era otra denominación del mismo Barrio del Tambor, nombre que proviene del pueblo africano Mondongo (Bantú), cuyos miembros se acercaban al Matadero Central del Sur a pedir los restos de las faenas y todo lo que se tiraba a la basura. Entre los cortes de su preferencia estaba la panza o estómago vacuno también llamada libro. De ahí que genéricamente le quedó el nombre mondongo a esa parte de la vaca y por extensión y vulgarismo, al barrio.

A esta altura debemos decir que se le llamaba barrio del tambor a cualquier caserío de negros o lugar donde vivieran o se establecieran no aisladamente, tanto en la zona urbana como suburbana, de manera que se hablaba en plural y genéricamente de “los” barrios del tambor.

Como barrio en sí mismo el del Tambor obviamente no tenía entidad administrativa estuviera donde estuviese, ya que no aparece ni en los censos ni en los planos, aunque si en los documentos y escrituras; todos hablaban de esos barrios que no existieron para la realidad blanca del Estado virreinal ni del nacional más tarde. A tal grado existía esa zona como bien definida en la ciudad que un testamento de 1809 da como dato suficiente para su ubicación:”un cuarto de tierra perteneciente a dichas testamenterías, cito en el nombrado Tango de los negros, barrio de la parroquia de la Concepción…” y al dar los nombres de los vecinos colindantes hay cuatro “negros y pardos” y una sola “doña”. Como siempre, eran transparentes; es el único nombre de barrio que se repitió constantemente y nadie se preguntó donde quedaba. ¿Por qué se lo iban a preguntar? Aún en 1970, cuando se suponía que el viejo racismo ya debía estar olvidado entre los intelectuales, un historiador describía aquel “barrio tradicional que la civilización y el progreso de esta gran capital ha barrido, reedificando en aquellos inmundos terrenos hermosas casas y palacios suntuosos”, esto nos explica por qué estos barrios no fueron temas de estudio o interés, menos aún de preservación. (Daniel Schávelzon – 2003).

El centro neurálgico del barrio llegó a ser, en la última década del Siglo XVIII, el Hueco de Montserrat, denominación que se le daba a las plazas y a los parajes de carretas y caballos.


Hueco de Montserrat 1844 – grabado, A.G.N.


El nombre se lo otorgó la Iglesia y parroquia de Montserrat, ubicada a cien metros del lugar sobre la calle Belgrano. Posteriormente se llamó de la Fidelidad, “debido, según asegura la tradición, a que los negros de esas vecindades juraron fidelidad, al formarse en batallones para repeler las invasiones inglesas”, (Francisco Romay, Cuadernos de Bs. As. VIII)

En ese lugar se levantó una plaza de toros que funcionó desde Febrero de 1791 hasta principios de 1800, época por la que se mudó a la actual Plaza San Martín hasta 1819.

Esta plaza de toros fue uno de los factores de impulso comercial del barrio ya que en su entorno empezaron a aparecer, pulperías, casas de juego, ventas de todo tipo de productos de abastecimiento para la actividad taurina, mercados y por supuesto prostíbulos y peringundines.

Era famosa la calle Aroma, popularmente llamada “del pecado”, callejón de una cuadra que corría de Oeste a Este, paralelo a la calle Moreno y terminaba en el hueco o plaza, funcionando como toril de ésta, donde al caer el sol, el malandraje afloraba haciendo de la zona un lugar de peligrosa reputación.



Calle Aroma, al fondo la iglesia de Montserrat y la calle Lima, 1890.


Para ubicarnos hoy: la plaza de Montserrat estaba en la mitad de la manzana que hoy ocupa la Av. 9 de Julio entre las calles Moreno y Belgrano, teniendo en cuenta que por el lado sur de donde hoy está el edificio del Ministerio de Desarrollo Social, corría la calle Aroma entre Lima y la mencionada plaza.

Cuando se decidió trasladar la plaza de toros, el barrio entró en una marcada decadencia debido a que los comerciantes se empezaron a mudar hacia el Retiro, dejando muchas viviendas y solares abandonados y sumiendo aún más en la pobreza y la marginalidad toda la zona. Fue entonces que los negros empezaron a ocupar esas viviendas y edificaciones transformándolas en conventillos donde el hacinamiento y la promiscuidad eran el reflejo de la extrema pobreza en que vivían los afros. Un tipo de vivienda típica de esa época la describe Schávelzon: “…al parecer lo habitual era un terreno normal con una casa mínima de sala de adobe cocido o ladrillo, techo de tejas, aposento y cocina con un gran terreno al fondo. En realidad era el tipo de casa mas común en la ciudad para todos los pobres, blancos y negros.”

En la elección de la zona, posiblemente haya influido también la imagen de la Virgen de Montserrat, copia de la de Cataluña, ubicada en la iglesia del mismo nombre, que originalmente es de piel negra, pero atribuible al tizne de las velas que durante siglos se encendían en su entorno, lo que llevó a llamársela La Morenita.

Era común que en las procesiones, la imagen fuera llevada en andas acompañada de cantos, cirios y tambores provenientes de la feligresía negra que recorría con devoción las calles del barrio.

Otra de las características, en lo que se refiere a la población afro fue que en esa zona se radicaron la mayor cantidad de Salas de Nación o Naciones en casas que en ocasiones, eran compradas por ellos mismos o bien eran cedidas por algún amo. Se ubicaban principalmente en las calles México y Chile donde tenían sus tambos y canchas donde se desarrollaban los candombes en los días festivos y los Domingos. Francisco García Jiménez escribe en su Historia del Tango 1880-1930: “…una llamativa noticia de aquellos tiempos menciona una Casa y Sitio de Tango o Tango de los Negros que ocupaba un terreno de mil doscientas varas cuadradas en la parroquia de la Concepción.”

Este aspecto es de real importancia en el difícil rastreo de los antecedentes afroporteños ya que las Naciones fueron el eje social de los negros reunidos por distintos motivos, entre los que se encontraba principalmente la recaudación de fondos para las “manumisiones” de sus compañeros, es decir el pago por la libertad a sus amos y dueños, la asistencia económica en caso de enfermedad, la organización de funerales y todo esto, financiado por la actividad que mas les gustaba que eran los bailes, donde aprovechaban para recaudar fondos.

En las Naciones además se mantenían las tradiciones de cada origen pero el denominador común se llamó Candombe que como representación privada de la coronación y ceremonia de los reyes africanos, se extendía hasta el baile multitudinario abierto a la comunidad al toque inconfundible del tambor. Este hecho (y lo anterior) fue denominador común entre las Naciones de Bs. As. y Montevideo.

Desde el punto de vista demográfico el barrio que más densidad de negros tenía era Montserrat con el 33,25%, le seguía San Nicolás con el 29,9%, Catedral al Norte y Sur, La Concepción y San Miguel con el 25%, La Piedad con el 21,14%, San Telmo con el 18,06% y por último Balvanera con el 13,92%, lo que nos da una semblanza de la distribución humana en ese Barrio del Tambor que, obviamente, no tenía límites muy claros.



Vivienda de una familia afro, en Bs. As a fines del Siglo XIX, A.G.N.


Teniendo en cuenta que Buenos Aires contaba con aproximadamente un 33% de población negra por 1810, llegada la mitad del siglo este porcentaje disminuyó sustancialmente. Poco a poco las clases acomodadas fueron poblando las zonas mas al Norte de la ciudad hacia el Pilar y el Retiro y junto con ellos se iban trasladando sus antiguos esclavos ocupando los suburbios humildes de dichas zonas. Mientras que por el Barrio del Tambor se quedaban los más pobres y sin trabajo fijo o simplemente los que no querían o no necesitaban emigrar. No nos olvidemos que los grupos sociales se reúnen en torno a sus fuentes de trabajo, tanto en lo rural como en lo urbano y poco a poco esta zona pasó a ser un área relegada del progreso ya que solo acumulaba pobres y los hacinaba en conventillos. Refiriéndose a este aspecto dice Oscar Natale: “ …el avance de los desclasados –y la mayor parte de los negros lo eran- hacia los nuevos focos de “la mala vida”, donde nació el Tango, o hacia el rancherío o el conventillo rejuntado o entremezclado con la abundancia.”

Los afroporteños habitaron el barrio del Tambor hasta que su presencia empezó a declinar allá entre 1860 y 1870 cuando las primeras oleadas de inmigrantes europeos los empezaron a desplazar de los conventillos y a ocupar los lugares que éstos tenían como propios. Ya en ese entonces la raza negra decaía por su baja natalidad, su altísimo porcentaje de muertos en las guerras y, obviamente, porque dejaron de “entrar” al país como lo habían hecho por mas de dos siglos como esclavos. Todo esto contribuyó al desmembramiento social de los afros, desapareciendo gran parte de sus sociedades y Naciones produciéndose, a la vez, una inevitable mezcla de sangre con la criolla, la europea y la indígena.

Y en ese proceso silencioso, sombrío y bastante tergiversado, se perdieron los rastros arquitectónicos, materiales, sociales, culturales y artísticos que llevaron al Barrio del Tambor a ser el “lugar”, el punto geográfico del negro en Buenos Aires tanto como en Montevideo lo fue el Barrio Reus y también hasta hoy en día, Barrio Sur y Palermo.

A nadie le importó conservar algo del barrio. Posiblemente los directamente involucrados no dimensionaron el despojo y la indiferencia de que fueron víctimas y mucho menos, imaginaron el valor histórico que esas paredes hubiesen encerrado para la posteridad.

Barrio donde el cuero y el fuego forjaron uno de los primeros ritmos nacidos en estas tierras: el Candombe y de él, la Milonga y luego el Tango.

Matriz del mutualismo nacional, donde una cincuentena de Naciones tejieron las primeras redes de ayuda mutua y pertenencia social organizada del país.

Cuna de hombres y mujeres que defendieron con su vida esta patria que no eligieron. De artesanos, poetas, músicos, payadores y trabajadores en fin que a la par de cualquier blanco, criollo o europeo, sufrieron el estigma de pertenecer a la franja mas baja del escalafón social, no por elección sino por indigna herencia.


“Negros porteños”, A. Taullard 1927


El Barrio del Tambor me sugiere barro, olor a guiso de mondongo, carros tirados por caballos, gritos, ropa colgada, velas encendidas, palabras ininteligibles en kimbundu o lingala, sombras, lavanderas camino al río, amaneceres, viejos negros tomando mate, perros correteando de casa en casa, la letanía de alguna oración, el guitarrero atrincherado en el boliche con un vaso de caña como escudo, fogatas, los pies descalzos reptando, el susurro de un tambor acariciado por callos ancestrales que desatan la alegría y conducen el dolor al fondo de una botella.

Y luego el olvido…

El negro no pudo escribir la historia nacional porque prácticamente fue analfabeto, pero Vicente Fidel López en su Manual de Historia Argentina escribió: “La salvaje algazara que se levanta en el aire, de aquella circunvalación exterior, la oíamos –hablo como testigo – como un rumor siniestro y ominoso desde las calles del centro, semejante al de una amenazante invasión de tribus africanas, negras y desnudas.”

Tal vez estas líneas ayuden a comprender porqué ya no está.


Jorge Algorta

Febrero 2008

viernes, 22 de febrero de 2008

NACIONES AFRICANAS


NACIONES AFRICANAS EN BUENOS AIRES

Una de las características mas sobresalientes que tuvieron los esclavos negros, tanto en su triste peregrinar hasta estas tierras como luego de ser “libertos” fue la de organizarse y organizar el colectivo de sus vidas.

Bajo las terribles condiciones de la esclavatura, primero la captura, luego la travesía, la arribada y por último el lugar de “trabajo”, no sería extraño suponer que hayan desarrollado formas de ordenamiento y de organización simplemente para hacer más llevadera esta nueva modalidad de vida que les sería definitiva y en la cual tendrían muy pocos derechos y demasiadas obligaciones.

Poco sabemos de esa etapa y lo que sabemos es de mano de los esclavistas o simplemente del blanco que testimoniaba los hechos sin entender, la mas de las veces, lo que realmente les sucedía y lo que pensaban o suponían los afros.

El tema era la lengua.

Casi no había puntos de contacto, salvo señas, gritos, gestos, golpes, en fin el idioma de las bestias ya que los negros eran considerados como tales, de modo que prácticamente nadie se preocupaba por aprender a comunicarse con ellos, mas precisamente una de las primeras condiciones a que fueron sometidos fue al aprendizaje del idioma español, hecho que contribuyó enormemente a la desculturización y a la pérdida de valores únicos de cada pueblo esclavizado. Pasó con el idioma y con la religión.

El afro, mantuvo su moral gracias a mantener en silencio sus creencias, sus divinidades, sus cultos, sus toques de tambor, sus danzas y todo aquello que sus dueños “no entendían”. De ahí que muchos hacían una asociación satánica entre el negro y sus costumbres, o sea: “como no lo entiendo, entonces esta mal, es el diablo”.

Pronto se dieron cuenta que si manifestaban su cultura abiertamente, eran censurados, criticados, torturados o simplemente ignorados con el agregado de una riquísima adjetivación al respecto de sus actos, principalmente en lo que concernía a la danza y a la música, artes vivas que los negros practicaban de manera natural y sin ningún prejuicio.

Las primeras organizaciones de afros y de afrodescendientes fueron las Cofradías.

Eran grupos de esclavizados y libertos que los días Domingo, o sea los que no trabajaban, concurrían a alguna iglesia, veneraban al mismo santo patrón y organizaban las colectas, mantenían el altar y realizaban varias actividades en beneficio del templo y de los curas. Por lo general las Cofradías no mezclaban gentes de colores distintos, así que fueron convidados a reunirse aparte de los blancos y formar las suyas propias. La primera Cofradía de afros que se tenga memoria surgió en 1772 en la iglesia de La Piedad y veneraba a San Baltasar mientras que desde 1780 se registran las del Convento de San Francisco, a San Benito, la del Santo Domingo donde se veneraba a la virgen del Rosario y la de Santa María de Corvellón en la iglesia de La Merced.

La Iglesia nunca entregó la dirección de esas Cofradías a sus miembros, por lo que eran dirigidas por el sacerdote quien decidía todo. Esto fue alimentando la necesidad de reunirse en ámbitos donde pudieran relacionarse y donde no tuvieran que rendirle cuentas a nadie más que a sus compañeros.

Poco a poco se iban reuniendo e identificando por su lugar de origen, siendo en la misma década de 1770 que aparecieron los primeros registros de grupos organizados y en 1787 varios miembros de la cofradía de San Baltasar celebraron el día de su santo con ropas de la Nación Cambundá. Mas tarde pasaría a llamarse Hermandad de los Negros de Guinea.

Ya por los finales del siglo XVIII y principios del XIX se notaban las “divisiones” por naciones de los negros porteños. En 1809 los miembros de la Nación Congo logran comprar una propiedad juntando dinero en sus bailes, en fiestas y poniéndolo de sus propios bolsillos. Así los Congos fueron los primeros en tener “casa propia”.

En ocasiones eran ayudados por sus ex amos o eran beneficiarios de donaciones de terrenos donde después fundarían su Sala de Nación.


Fachada de México 1265, “Candombe de Grigeras”, posible Sala de Nación - aprox. 1890.A.G.N.

Entonces las Naciones fueron organizaciones que, obedeciendo un lugar de origen común, reunían a afros y afrodescendientes para realizar acciones de bien común tales como juntar dinero para la manumisión* de algún miembro aún bajo el régimen de la esclavitud, costear los gastos de las exequias de los fallecidos, celebrar sus fechas mas importantes (sin dudas aquí y en Montevideo la mas importante de todas era el 6 de Enero, día de San Baltasar), concedían préstamos, facilitaban útiles de trabajo y hasta velaban por la buena conducta de sus miembros. Dice José Luis Lanuza: “En 1836 el presidente de la Nación Casanche llegó a pedir el fusilamiento de un moreno liberto por haber asesinado a traición a un esclavo, ‘pues, un atentado de esa naturaleza no se ha cometido nunca en las sociedades africanas y es necesario que tan funesto ejemplo sea castigado pronto y severamente…’ A la ejecución concurrieron delegaciones de las naciones negras”.

A raíz de la rápida y creciente “organización” de los negros en sociedades y naciones, en 1821 el gobierno emitió un decreto, a través del Regidor Juez de Policía D. Joaquín de Achával el cual reglamentaba las actividades de las naciones, como así también ceñía la autonomía de estas a la tutela del Jefe de Policía o de quién este designare. Esto se traducía en un rendimiento de cuentas mensual de los ingresos y egresos al Alcalde de Barrio, un informe de los miembros y cambios de autoridades, el establecimiento de la vigilancia durante los “bailes de tambor” para mantener el orden y la moderación, la supervisión por parte de los miembros de la Policía, de las elecciones de autoridades y hasta el nombramiento de los funcionarios que les pareciera oportuno por parte de esta institución.

Esta especie de “constitución” marcó diferencias con respecto al funcionamiento de las Cofradías, incluso se instaba a crear escuelas para los niños de la comunidad que cuando llegaran a los 16 años el presidente debería ponerlos bajo la enseñanza de algún maestro artesano. Todo esto para los varones, de las niñas, ni mención.

En realidad esta reglamentación, fue un inteligente instrumento de control social ya que todos sus puntos apuntaban al beneficio de la elite blanca y del gobierno. Según George Reid Andrews:

“Aquejada de una permanente escasez de mano de obra calificada, la elite de Buenos Aires esperaba usar a las naciones como medios para crear una fuerza laboral sobria, responsable y estable que proveyera a las necesidades económicas de la ciudad….”

“Y pedir a las sociedades que apoyaran un sistema escolar separado, permitía que las escuelas de la ciudad, permanecieran segregadas a la vez que garantizaba que los niños negros recibieran una educación inferior a la de los blancos. Esto, a su vez consignaría a las futuras generaciones de afroargentinos a los empleos de condición inferior, sacándolos de la competencia con los blancos por una mejor condición económica en la sociedad de la ciudad.”

Bien, a pesar de todo las Naciones fueron el gran canal por donde transitó la vida social de los afros. Durante mas de un siglo se desarrollaron y en su transcurso, se fusionaron, se dividieron, se disolvieron, cambiaron de nombre, se mudaron, en fin, vivieron a la par de la vida de quienes las integraban.

Desde el punto de vista edilicio las construcciones podían ser ranchos de adobe y techo de paja hasta edificaciones típicamente coloniales, teniendo como característica distintiva el de poseer una zona abierta y una cerrada. La primera era destinada a los bailes, los candombes, también llamada el “tambo” o “cancha” donde una capa de arena y tierra era apisonada con los talones para armar la “pista de baile”, la zona pública y de esparcimiento. A veces esta “cancha” se encontraba separada del edificio donde residía la Nación.

En el interior estaba la “sala”. Casi todas tenían un “altar” donde se veneraba a los santos patronos y a modo de espacio principal estaba la “mesa presidencial” donde se ubicaban sendos sillones a modo de tronos para el Rey y la Reina quienes dirigían las ceremonias y las reuniones. Estos no eran más que el Presidente y su esposa.


“Candombe”, Pedro Figari. Escena en una Sala de Nación con el Rey y la Reina presidiendo la ceremonia.

Los candombes que se hacían afuera tenían como característica el que eran públicos y la gente podía participar de ellos. Inclusive eran una fuente de finanzas ya que los presentes concurrían en familia y los negros vendían pasteles, roscas y alguna que otra comida y bebida (como la chicha). Eran una atracción tal que, como es sabido, muchas veces concurría Juan Manuel de Rosas acompañado de Encarnación Ezcurra y de su hija Manuelita. El Restaurador parece que gustaba mucho de esas fiestas mas allá del interés político que tenía en aparecer entre los negros y de su “paternalismo” hacia ellos. El famoso cuadro de Martín Boneo da cuenta de ello mostrando a un Rosas relajado junto a Manuelita en un candombe del Tambo Congo supuestamente ubicado en lo que es hoy la esquina de Av.San Juan y Santiago del Estero, allá por 1820.

El Tambo Congo en 1820 (Nación) – Martín Boneo - (se ve a Rosas y a Manuelita de pequeña)


En cambio a puertas cerradas, en las “salas”, se desarrollaban las ceremonias con contenido más hermético, donde según Lauro Ayestarán, se producía la verdadera y mas antigua coreografía del candombe, lugar de nacimiento de los personajes que hoy ostentan las comparsas, se desarrollaban los cultos mortuorios y también las reuniones con carácter mas ejecutivo como el recibimiento de personalidades del gobierno o del Cabildo.

También en el interior no faltaba el plato o bandeja para recibir la “colaboración” de los miembros, los visitantes o de los curiosos que siguiendo este protocolo eran siempre bienvenidos.

En los días festivos la ornamentación pasaba a jugar un papel preponderante en la Nación.

“…Las salas eran alfombradas y encortinadas de lo mejor; aquellas cuyo suelo no se prestaba a este arreglo, lo cubrían con una gruesa capa de arena. En estos arreglos contaban con el generoso desprendimiento de sus viejos amos, que cooperaban con esos utensilios como ser cortinas, alfombras y otros enseres por el estilo. El trono de los reyes se levantaba en el mejor lugar de la sala y era toda su concentración en el arreglo; en su parte mas elevada lucía un hermoso gallardete construido con su bandera porque cada Nación tenía la suya.” (Memorias de un ex esclavo de 1924).

Mesa presidencial de la Nación Benguela , 1870. A.G.N.


La zona de la ciudad donde se ubicaban la mayoría era en torno a la Iglesia de Montserrat y por ende, en el barrio homónimo, también llamado Barrio del Tambor o Barrio del Mondongo. Según el historiador Francisco Romay entre las calles Buen Orden (Bernardo de Irigoyen) hacia el Oeste por las calles Chile y Mexico, aparecían gran parte de las sedes de las Naciones.

Sobre Chile estaba la Nación Cabunda fundada el 14 de Diciembre de 1823, la Nación Moros fundada el 11 de Agosto de 1825, en Mexico 1272 la Nación Benguela fundada el 6 de Diciembre de 1829, también en México la Nación Mina fundada el 17 de Agosto de 1825 y la Caricari fundada el 21 de Octubre de 1828. Sobre la calle Independencia estaba la Nación Congo, fundada el 20 de Marzo de 1827, la Rubolo, el 1 de Diciembre de 1826 y la Angola, fundada el 20 de Marzo de 1827.

Muchas Naciones nacieron del desprendimiento de otras principalmente por diferencias entre sus miembros. Tal es el caso de la Mayombe, Quipará, Mondongo, Mozambique, Loango , Munanche y otras.

Según George Reid Andrews en su libro “Los afroargentinos de Buenos Aires”, las Naciones Africanas en Buenos Aires fueron las siguientes según su lugar de origen entre 1770 – 1900:

África Occidental: Abayá – Auzá – Bornó – Carabarí (Carabalí) – Goyo – Main – Maquaqua – Mina Nagó – Mina Mají – Moros – Sabalú – Santé (Ashanti) – Tacuá – Yida. (14)

Congo: Augunga – Basundi – Cambundá (Cabinda - Cabunda) – Congo – Loango – Lubolo – Lumboma – Luumbí – Mayombé – Momboma – Mondongo – Umbonia – Zeda – Zongo. (14)

Angola: Angola – Benguela – Casanche (Kasanje) – Ganguelá – Huombé – Lucango – Majumbi – Muñandá – Quipará (Kibala) – Quisamá (Kisama) _Umbala. (11)

África Oriental: Malavé (Malawi) – Mandinga – Mauinga – Mozambique – Muchague – Mucherengue – Muñambani. (7)

Afroargentino: Argentina Federal (1)

Afrobrasileña: Brasileños Bahianos – Nación Brasileira (2)

Desconocidas: Bagungane – Hambuero – Monyolo – Villamoani (4)

Total : 53 naciones

Es muy común encontrar en la escasa literatura sobre el tema que a un término o palabra de origen africano se le cambiaba la pronunciación y también la escritura pero siempre era la misma palabra. Este hecho se debía al desconocimiento absoluto que tenían los criollos de los idiomas negros, como la lengua bantú que fue la que preponderó en el Río de la Plata. Entonces cada uno pronunciaba como le parecía. Tal el caso de la Nación Lubolos que también se la encuentra como Lucolos, Rubolos o Ribolos.

El auge de estas organizaciones tuvo su punto máximo durante la época de Rosas (entre 1829 y 1852) al término de la cual, lenta pero firmemente fueron cambiando su razón de ser, abandonando hábitos, olvidando los orígenes.

Las razones son las mismas que la de la progresiva disminución demográfica de los afros en Buenos Aires.

“Junto a innegables beneficios, las naciones produjeron también el efecto negativo de dividir a la comunidad afroargentina y favorecer conflictos étnicos, que aparecen con frecuencia en los registros policiales de la época. La tendencia a la subdivisión fue una de sus mayores debilidades; hubo casos en que individuos o grupos emplearon pretextos étnicos para cubrir disputas de naturaleza política o personal, auque también es cierto que esta desunión, que reflejaba diferencias étnicas y divisiones procedentes de la misma África, fue una etapa inevitable en la historia de los afroargentinos que, con la declinación de su número, se fue atenuando para dar lugar a una última etapa en el desarrollo de su organización social: las sociedades de ayuda mutua”.

(Dina V. Picotti)

No obstante hubieron quienes las recordaron con afecto y se preocuparon por mantener vivo el recuerdo: “…Los bienes de nuestros abuelos…esos centros de reunión fundados por nuestros viejos…construidos a fuerza de constancia, en las pocas horas de ocio de que disponían. Estos centros de reunión que mas tarde vulgarmente se llamaban sitios, ‘Naciones’ o ‘Tambos’…sagradas propiedades…”

(Periódico “La Broma”, 30 de Abril de 1881)

Las Naciones Africanas son consideradas como las fundadoras del mutualismo en Argentina. Mucho antes que los sindicatos anarquistas y socialistas; sus miembros fueron quienes empezaron a practicar aquello de la solidaridad social en un medio que les era muy hostil y con el que no podían contar para desarrollarse ni tampoco para gozar de los mismos derechos y beneficios que el blanco. Su metamorfosis llegó, en el caso de Montevideo, hasta las comparsas de carnaval que aún hoy algunas de ellas, simbolizan ese origen común que empezó en África y llegó hasta el “barrio”.

Fueron parte viva de nuestra ciudad, ocuparon un lugar, se les debe mucho…

Así como nos oponemos al término “desaparecido” al referirnos a los afros o afrodescendientes, también consideramos importante difundir entre las nuevas generaciones o simplemente entre los que no lo saben, estos aspectos de la historia afro de Buenos Aires para que realmente no desaparezca ni su cultura, ni su historia, ni su recuerdo y por lo tanto, ni su presente.


Jorge Algorta

Enero 2008

(*) Según el Derecho Romano era el acto de otorgar la libertad de un esclavo de parte del amo a cambio de dinero y/o bienes, servicios, etc. según fuera el trato.